Mientras los suizos votan democráticamente, por democracia directa, la prohibición de construir minaretes en las mezquitas de Suiza, la alta comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, Navi Pillay, condena la decisión aprobada por referéndum por considerarla “discriminatoria y profundamente divisoria”, palabras que comparte el Gobierno ZP, en boca de Consuelo Rumí, secretaria de Estado de Inmigración y Emigración de España.
Cuando esto sucede y se acusa a los suizos de racistas por no querer cambiar sus costumbres y rechazar democráticamente los minaretes, aquí, en España, en Catalunya, se está planteando, tan ricamente, eliminar los crucifijos o cualquier manifestación religiosa de la escuela, incluso eliminar la celebración de la Navidad en los colegios, cosa que algunos centros ya hacen. Y todo para no ofender la sensibilidad de otras culturas y religiones que conviven con la nuestra. ¡Manda huevos!
Porque, si bien no discutiré sobre la manida polémica de si España debería ser un Estado laico o aconfesional, no cejaré en el empeño de decir, hasta la saciedad y donde toque, que nuestra cultura, como la europea, nos guste o no nos guste, es de raíz humanista cristiana. Y haciendo mías algunas de las palabras del primer ministro de Australia, John Howard: son los inmigrantes los que deben adaptarse, no los españoles, no los catalanes. No somos nosotros los que hemos de preocuparnos por si ofendemos a otras culturas. Hablamos español y catalán, no árabe, ni chino, ni japonés, ni ruso o cualquier otro idioma, de manera oficial. Si Dios ofende a otras culturas, los pretendidos ofendidos deberían considerar vivir en otra parte, porqué es parte de nuestra herencia cultural humanista cristiana. Nosotros aceptamos las creencias de las otras culturas sin preguntar el por qué, sólo pedimos que se acepte la nuestra, nuestro modo de vida, para poder vivir en paz y armonía. Ya es hora de aceptar las costumbres del país que les da trabajo, sanidad y educación gratuita, con o sin papeles.