miércoles, 25 de noviembre de 2009

L'Opinió de Manolo Milián - Progresistas del Neanderthal

¿Tendré que masturbarme mentalmente para tratar de entender a esos necios de Extremadura, que gastan los menguados recursos presupuestarios en campañas tan absurdas como la de “el placer está en tus manos”? Sabía de la discutible inteligencia de algunos socialistas, limitados por un doctrinarismo propio de las cavernas del Neolítico, o de la malquerencia del laicismo irracional. Se autoconsideran el cenit de la  astucia; adoran a la diosa Razón; se metamorfosean en tortugas de roqueño caparazón para esconderse, o subsumirse en su mismidad secreta y dejar que su rastro se pierda -y se olvide-. Los laicistas han perdido ya su savoir faire florentino y campan por aldeas y dehesas a la búsqueda de inocentes pastorcillos (¿quedan todavía?), cuya ignorancia les llevó un día a buscar en el diccionario de la lengua castellana qué es eso de masturbarse, o quién sabe de follarse a alguna cabra voluptuosa, tal como se normaliza en el vademécum de estos avaros de la racionalidad más animalística. Todo lo que se puede hacer -dicen- es sano, y útil y da placer, si se conocen las artes marciales de la manopla o los sesudos tratados de sexología que enseñan a otorgarle al prójimo el supremo placer del respetable trasero. (A un pobre como yo que ni los supositorios le entraban por tan sano lugar, la verdad es que se siente iluminado por ciencia tan principal de los sabios de las cavernas neolíticas). Es como esa sublime aptitud de arrancar el fuego de las lascas, como hacían los sabios neandertales, en estos tiempos de cerillas facilonas que acabaron incluso por enterrar los viejos “chiscleros”, mecheros de nuestros abuelos a mediados del siglo XX.

Un solemne mensaje del progresismo de esa pléyade de memos que pretenden proteger a los simios -bisabuelos de nuestra especie- con mayores garantías que las conferidas por ley al cigoto o al nasciturus que habita el seno de la madre suspirando por su tutela, dadas sus ganas de vivir. Acaso sea la escuela superior de la mamancia presupuestaria que establecerá un nuevo curso para educar a los perros en el noble arte de fornicar como modelo para nuestros pequeños, o instruir a los becerros en el modo de estimular más la libido y preñar de esta guisa su harén de vacas y terneras para mayor regocijo de su verga y un mejor sabor en la leche que nutre a los humanos. ¡Qué locura la de estos seres redimidos de su insuficiencia cultural por el placer, gracias a la enorme sabiduría de esos académicos que impulsan y mejoran las bellas artes de la manopla! En caso de estimar razonable esta didáctica escolar de los pedagogos extremeños a estas alturas de la vida, necesario será regresar al  Ars amandi del poeta latino Ovidio -causa de su destierro en aquel decadente Imperio Romano, tal vez por su libertino menester de vate- para disfrute de jóvenes ineducados de secundaria, seminaristas virtuales no liberados, o suspectos curas de aldea que perdonan los pecados de pastores y ovejas descarriadas según el célebre tratado de moral “Energía y Pureza” del obispo húngaro Tihamer Thot, que leí con pasmo en mis años de educación sentimental no precisamente laicista.

¿Quién me iba a decir que en las postrimerías de la madurez debería descubrir eso de “la autoexploración sexual” o el “autodescubrimiento de nuestro placer” o la “masturbación y juguetería erótica” que se enseña en los talleres (término masónico, por cierto) de Navalmoral de la Mata o en la imperial Trujillo? Propongo a los ilusos gobernantes de Extremadura crear un concurso nacional de masturbadores, y al premiado le doten, con instrumental suficiente y aditivos, una cátedra volante por plazas, pueblos, aldeas y escuelitas de España; todo un servicio a la modernidad, una aportación del Neandertal a la cultura progresista del siglo XXI. Quizá un recurso para exportar pedagogías en tiempos de recesión, y mejorar así la balanza de pagos, o un mérito para que la Academia de Ciencias sueca, al fin, otorgue otro Nobel, ya tardío tras el del Dr. Severo Ochoa. En cualquier caso, a mí me consuela mucho más el prudente admonitum del ya lejano confesor mío: “No lo hagas, pues te quedarás ciego”. Amén.